domingo, 29 de marzo de 2009

¿Cuál es la diferencia entre satori y samadhi?

¿Cuál es la diferencia experimental entre satori—en el zen, un vislumbre de la Iluminación—y samadhi, la consciencia cósmica?

El samadhi empieza como una ruptura, pero nunca acaba. Una ruptura siempre comienza y acaba, tiene unos límites, un principio y un final, pero el samadhi empieza como una ruptura y entonces dura para siempre. No tiene final. Así que si el suceso llega como una ruptura y no tiene final, es samadhi, pero sí es una ruptura total, con un comienzo y un final, entonces es un satori, y eso es diferente. Si es sólo un vislumbre, sólo una ruptura, y esa ruptura desaparece de nuevo, si es un paréntesis y el paréntesis está completo—atisbas en su interior y regresas; entras en él y regresas—si algo sucede y de nuevo desaparece, es un satori. Es un vislumbre, un vislumbre del samadhi, pero no el samadhi.

"Samadhi" significa el comienzo del saber, sin ningún final.

En la India no tenemos ninguna palabra que corresponda a satori, de modo que, a veces, cuando la ruptura es grande, uno puede confundir el satori con el samadhi. Pero nunca son iguales; es sólo un vislumbre. Has alcanzado lo cósmico y has mirado en su interior, y entonces todo ha desaparecido otra vez. Desde luego, tú no serás el mismo; ahora nunca serás el mismo otra vez. Algo ha penetrado en ti, algo te ha sido añadido; nunca podrás ser el mismo. Pero todavía, eso que te ha cambiado no permanece contigo. Es sólo un recuerdo, sólo memoria. Es sólo un destello.

Si puedes recordarlo, si puedes decir, "He conocido ese instante", es solamente un vislumbre, porque en el instante en que el samadhi suceda, no estarás allí para recordarlo. Entonces nunca dirás, "Lo he conocido", porque al conocer, el conocedor se pierde. Solamente con el vislumbre permanece el conocedor.

Así pues, el conocedor puede guardar como un recuerdo este vislumbre. Puede suspirar por él, puede desearlo, puede acariciarlo, puede esforzarse de nuevo por experimentarlo, pero él está todavía ahí. Aquél que ha tenido un vislumbre, aquél que lo ha visto, está ahí. Eso se ha convertido en un recuerdo y ahora ese recuerdo te perseguirá, te acechará, y exigirá una y otra vez que se repita el fenómeno.

En el instante en que el samadhi sucede, tú no estás allí para recordarlo. El samadhi nunca se convierte en parte de la memoria porque el que estaba allí ya no está. Como dicen en zen, "El hombre viejo ha desaparecido y el nuevo ha llegado..." Y esos dos nunca se encuentran, de modo que no existe la posibilidad de recuerdo alguno. Lo viejo se ha ido y lo nuevo ha llegado y no ha habido encuentro entre los dos, porque lo nuevo solamente puede llegar cuando lo viejo se ha ido. Entonces no es un recuerdo, no hay un anhelo hacia él, no nos acecha, no suspiramos por él. Entonces, tal y como eres, estás en paz y no hay nada que desear.

No es que hayas matado el deseo, ¡no! Es una ausencia de deseos en el sentido de que aquél que podía desear ya no existe. No es un estado de no-deseo; es la extinción del deseo, porque aquél que podía desear ya no existe. Entonces no hay deseo alguno, ya no existe el futuro, porque el futuro es creado por nuestros deseos; es una proyección de nuestros deseos.

Si no hay deseos, no hay futuro. Y si no hay futuro, no hay necesidad del pasado porque el pasado es siempre un telón de fondo contra el cual, o mediante el cual, es anhelado el futuro.

Si no hay futuro, si sabes que en este mismo instante vas a morir, no hay necesidad de recordar el pasado. Entonces no hay ni tan sólo necesidad de que recuerdes tu nombre porque el nombre posee un significado solamente si existe un futuro. Puede que lo necesites, pero si no hay futuro, simplemente quema todos tus vínculos con el pasado. No los necesitas; el pasado ha dejado de tener sentido. El pasado solamente tiene sentido si apoya o contradice al futuro.

En el instante en que el samadhi ha sucedido, el futuro se convierte en algo no-existencial. No existe; solamente existe el momento presente. Es el único momento; no existe ni siquiera pasado. El pasado ha desaparecido y el futuro también y una única, momentánea existencia se ha convertido en la totalidad de la Existencia. Estás en ella, pero no como una entidad distinta de ella. No puedes diferenciarte de ella porque solamente te diferencias de ella debido a tu pasado o tu futuro. La única barrera entre tú y el momento presente que está aconteciendo son el pasado y el futuro cristalizados a tu alrededor. De modo que cuando sucede el samadhi no existen ni pasado, ni futuro. No es que tú estés en el presente; es que tú eres el presente, te conviertes en el presente.

El samadhi no es un vislumbre, el samadhi es una muerte. Pero el satori es un vislumbre, no una muerte. Y el satori es posible de muchas maneras. Una experiencia estética puede ser una posible causa para que se dé el satori; la música puede ser una posible causa del satori; el amor puede ser un posible origen del satori. En cualquier momento intenso en que el pasado pierda su importancia, en cualquier instante en el que estés viviendo en el presente – un instante que puede ser o bien de amor, o de música, o sentimiento poético, o de cualquier experiencia estética en la cual el pasado no interfiera, en la cual no haya deseo hacia el futuro—el satori se hace posible. Pero es sólo un destello. Este destello es importante porque a través del satori puedes, por primera vez, sentir lo que significa el samadhi. El primer sabor, o el primer perfume distintivo del samadhi, llega a través del satori.

Así que el satori sirve de ayuda, pero cualquier cosa que sirva de ayuda puede convertirse en un obstáculo si te aferras a ella y la sientes como si lo fuera todo. El satori conlleva una dicha que es capaz de engañarte; posee una dicha propia. Debido a que desconoces el samadhi, aquél es la cosa más grande que alcanzas, y te aferras a él. Pero si te apegas a él, puedes hacer que eso que era una ayuda, eso que era un amigo, se convierta en una barrera y en un enemigo. De modo que uno ha de ser consciente del posible peligro del satori. Si te das cuenta de esto, entonces la experiencia del satori te será de ayuda.

Un único, un momentáneo vislumbre, es algo que nunca puede ser conocido por otros medios. Nadie puede explicarlo; ni las palabras, ni la comunicación pueden darte pistas de ello. El satori es importante, pero es sólo un vislumbre, algo así como un paso adelante, como un único y momentáneo avance hacia la Existencia, hacia el abismo. No has podido ni siquiera darte cuenta de ese momento, no has podido ser consciente de él cuanto ya se te ha cerrado. Como el clic de la cámara; un clic y todo se ha perdido. Entonces surgirá un anhelo; lo arriesgarás todo por ese instante. Pero no lo anheles, no lo desees; déjalo que duerma en el recuerdo. No lo conviertas en un problema; simplemente, olvídalo. Si eres capaz de olvidarlo y no te aferras a él, esos momentos llegarán a ti cada vez más y más; los vislumbres te vendrán más y más.

Una mente exigente llega a cerrarse, y el vislumbre desaparece. Siempre se presenta cuando no eres consciente de él, cuando no lo buscas, cuando estás relajado, cuando no estás ni pensando en eso, cuando ni tan sólo meditas. Incluso si estás meditando, el vislumbre se convierte en algo imposible, pero cuando no estás meditando, cuando estás en un momento en el que te dejas ir – sin hacer nada, ni tan siquiera esperando nada – en ese momento de relajación, el satori sucede.

Empezará a sucederte más y más, pero no pienses en ello, no lo desees. Y nunca lo confundas con el samadhi.

Meditación: El Arte del Éxtasis, cap 15

sábado, 28 de marzo de 2009

domingo, 22 de marzo de 2009

Messi y la irresistible fuerza del arte

En honor a todos los amantes de los colores azul - grana, y en especial a mi padre.


Esa jugada de Messi, avanza por la banda, corre como si tuviera una misión inspirada en otro mundo, se sitúa ante la puerta después de una sucesión de regates y dispara, es una marca inédita en la historia de los cracks del Barça.

Es su marca. La marca de Messi, un muchacho que fue esmirriado y al que la voluntad de ser un artista le dio la fuerza que le convierte (probablemente) en el dios actual del fútbol.

Renueva una tradición y se sitúa al frente de un pelotón cuyo origen nuestra generación lo sitúa en Ladislao Kubala. Hubo otros antes, pero la memoria no llega a la prehistoria. Así que fijémonos un momento en Kubala. Su fútbol era ensimismado, tenía como fundamento la ocultación de la pelota para que ésta tuviera también un desarrollo ensimismado, misterioso, y se estrellara como una sorpresa que acabara con la intuición de los adversarios.

En su liderazgo, Kubala tuvo un contratiempo muy valioso, Luis Suárez, que desequilibró la pasión de la grada por Kubala. En la construcción de este tipo de héroes es fundamental la soledad y hubo un momento en que Kubala no estuvo solo. La mirada de la afición se dividió entre lo que él era y lo que era su compañero de delantera. Suárez tenía otro tono; su fútbol se asemejaba más al de Gensana, Guardiola o Xavi; como decían Matías Prats, Miguel Ángel Valdivieso y José Félix Pons (y como dice ahora Manu Oliveros), era un futbolista que oteaba el horizonte, sabía que más allá de su posición estaba el paraíso y lo buscaba centrando con una frialdad que un día o dos también tuvo Deco.

Así que Kubala no pudo ejercer su liderazgo, robado por Luis Suárez. Cuando vino Johan Cruyff, ya en los años del fútbol en color, el líder holandés no tuvo quien le tosiera; Valdano recuerda que su exhalación dejaba atrás tan sólo el perfume y que en el campo había que tratarle de usted. No le tosía ni dios: él era Dios. Y después vino Dios propiamente dicho con el nombre de Diego Armando Maradona, pero tenía un problema: era Dios, pero un dios egocéntrico.


¿Ronaldinho? Le perdió la demagogia, que es una forma peligrosa de la pereza, y dejo de ser del Barça, que es un estado del ánimo. Mientras se es del Barça, en el Barça eres líder, pero, cuando te despistas y te gusta más la noche que el equipo, la noche se te pone en la cara, y te vas, y él se fue yendo.

Messi proviene de otra construcción; en esa voluntad de juego, en esa jugada insistente que desborda a los defensas uno a uno para situarse en paralelo a la portería, como si estuviera en un ruedo y su objetivo fuera el arte de matar, hay un futbolista que no se propone ningún liderazgo, pero lo tiene en los pies. No es un liderazgo mental, ahí no hay un propósito deliberado: es una consecuencia de una fuerza que aún no ha hecho explosión del todo. Su liderazgo, ahora, sólo se lo disputa el propio entrenador, que lo mima como si aún fuera aquel niño. Ambos tienen una garantía para mantener ese estado de gracia que comparten: los dos son del Barça y no muchas veces en la historia los líderes del equipo han sido tan aficionados a sus colores.





lunes, 2 de marzo de 2009

Un día en el parque . Love Of Lesbian.

Ha sido una mañana inolvidable
como todas las que pasan en un parque.
¿No serás tú? ¿No serás tú?
Quizás no importa el sitio y eso está de más.

Si de todos mis delirios y mis cuentos
sólo el tuyo ha mejorado el argumento,
¿no serás tú?, ¿no serás tú?
Quizás no importa el tema y eso está de más.

Ahora me escondo y te obsrvo y te puedo decir:
Yo mataré monstruos por ti,
sólo tienes que avisar.

Ya hace algún tiempo salté y caí justo aquí.
Aquellos safaris sin fin
se esfumaron sin avisar.
Hoy lo he vuelto a notar,
cada nube es un plan,
se transforma al viajar
y no pesa y se va.
Somos nubes, no más.

Como hojas que danzan al viento,
así nos elevará el tiempo y nos hará rodar
y rodar y rodar y rodar y rodar ...

Como hojas que danzan al viento,
así os recogerá el tiempo y os hará rodar
y rodar y rodar y rodar y rodar ...

Como hojas que danzan al viento,
así os recogerá el tiempo y os hará rodar
y rodar y rodar y rodar y rodar ...

Como hojas que danzan al viento,
así os recogerá el tiempo y os hará rodar
y rodar y rodar y rodar y rodar ...

Nunca hay final, no hay final,
no es verdad, es verdad.

Nunca hay final, no hay final,
no es verdad, es verdad.