domingo, 22 de marzo de 2009

Messi y la irresistible fuerza del arte

En honor a todos los amantes de los colores azul - grana, y en especial a mi padre.


Esa jugada de Messi, avanza por la banda, corre como si tuviera una misión inspirada en otro mundo, se sitúa ante la puerta después de una sucesión de regates y dispara, es una marca inédita en la historia de los cracks del Barça.

Es su marca. La marca de Messi, un muchacho que fue esmirriado y al que la voluntad de ser un artista le dio la fuerza que le convierte (probablemente) en el dios actual del fútbol.

Renueva una tradición y se sitúa al frente de un pelotón cuyo origen nuestra generación lo sitúa en Ladislao Kubala. Hubo otros antes, pero la memoria no llega a la prehistoria. Así que fijémonos un momento en Kubala. Su fútbol era ensimismado, tenía como fundamento la ocultación de la pelota para que ésta tuviera también un desarrollo ensimismado, misterioso, y se estrellara como una sorpresa que acabara con la intuición de los adversarios.

En su liderazgo, Kubala tuvo un contratiempo muy valioso, Luis Suárez, que desequilibró la pasión de la grada por Kubala. En la construcción de este tipo de héroes es fundamental la soledad y hubo un momento en que Kubala no estuvo solo. La mirada de la afición se dividió entre lo que él era y lo que era su compañero de delantera. Suárez tenía otro tono; su fútbol se asemejaba más al de Gensana, Guardiola o Xavi; como decían Matías Prats, Miguel Ángel Valdivieso y José Félix Pons (y como dice ahora Manu Oliveros), era un futbolista que oteaba el horizonte, sabía que más allá de su posición estaba el paraíso y lo buscaba centrando con una frialdad que un día o dos también tuvo Deco.

Así que Kubala no pudo ejercer su liderazgo, robado por Luis Suárez. Cuando vino Johan Cruyff, ya en los años del fútbol en color, el líder holandés no tuvo quien le tosiera; Valdano recuerda que su exhalación dejaba atrás tan sólo el perfume y que en el campo había que tratarle de usted. No le tosía ni dios: él era Dios. Y después vino Dios propiamente dicho con el nombre de Diego Armando Maradona, pero tenía un problema: era Dios, pero un dios egocéntrico.


¿Ronaldinho? Le perdió la demagogia, que es una forma peligrosa de la pereza, y dejo de ser del Barça, que es un estado del ánimo. Mientras se es del Barça, en el Barça eres líder, pero, cuando te despistas y te gusta más la noche que el equipo, la noche se te pone en la cara, y te vas, y él se fue yendo.

Messi proviene de otra construcción; en esa voluntad de juego, en esa jugada insistente que desborda a los defensas uno a uno para situarse en paralelo a la portería, como si estuviera en un ruedo y su objetivo fuera el arte de matar, hay un futbolista que no se propone ningún liderazgo, pero lo tiene en los pies. No es un liderazgo mental, ahí no hay un propósito deliberado: es una consecuencia de una fuerza que aún no ha hecho explosión del todo. Su liderazgo, ahora, sólo se lo disputa el propio entrenador, que lo mima como si aún fuera aquel niño. Ambos tienen una garantía para mantener ese estado de gracia que comparten: los dos son del Barça y no muchas veces en la historia los líderes del equipo han sido tan aficionados a sus colores.





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